ANTES DE CERRAR EL LIBRO Cuando yo era niño, tenía una pequeña biblioteca en mi habitación. Me gustaba volver a abrir los libros, volver a leer los cuentos, uno que otro poema. En la escuela pedía a la señora Emilia, o a la señora Elvira la repetición de una poesía. Repetir los versos, las palabras, era reencontrar los sonidos, las emociones, los pensamientos. Esas dos maestras, mis lectoras, me impactaban: ¡cómo una leía distinto a la otra! Esta tenía una voz nerviosa, eléctrica, y las palabras salían a borbotones. Aquella poseía la poesía de una voz calmada, y los versos salían de manera contínua, sin interrupciones. Una era el agua brava, la otra el agua mansa. El poema no era el poema del papel sino de las voces distintas. Pedía también a mis compañeros de clase, a los vecinos, a mis padres, con un deseo siempre renovado de sentir el sabor de una repetición desigual. Si había gente con problemas de lectura, esa era también obligada a leerme, pues me importaba más el sentimiento que el sentido. Más tarde, ya en el liceo, descubrí una frase de un poeta llamado Horacio, así mismito, sin apellido, la cual explicó mi.
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Friday, October 12, 2018
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